sábado, diciembre 30, 2006

De cabeza y todo bajo control



La prolongada ausencia de señales de humo se debe a causas… inexplicables… que tienen que ver con una súbita y poderosa alergia a encender la computadora y cumplir con cualquier tarea cibernética relacionada con el trabajo, los pupilos, los amigos lejanos y otras situaciones provenzales. Y en alguna medida (debo confesarlo) a que parte del tiempo que solía usar por acá, ahora se lo regalo por pedacitos al Inge. Estoy en otro lugar mental y aun está todo a medio organizar.


Hace un año empecé a venir por aquí, cuando aquel mundo que tenía, que se creía bonito y que tal vez era un poco monstruo, se había vuelto de cabeza sin darme un solo aviso explícito para prepararme. Vine para sacudirme de una frase espantosa que no podía dejar que se hiciera verdad. Comencé a ir donde algunos y de ustedes me robé las primeras chispitas o los primeros impulsos. Tal como me lo dije a mí misma la primera vez que vine, el fuego cambió el mundo para siempre. La primera señal de humo cambió mi mundo y me regaló, entre todos los espejos que he visto, a varios personajes maravillosos que se volvieron tan imprescindibles como el mismo fuego que alimenta este espacio.

Ahora, de todas las situaciones y pensamientos memorables, dignos –según yo- de pasar por aquí, debo rescatar con un gran orgullo el que finalmente, luego de dos años y medio de estar diciéndome a mí misma que este año cuando termine el año de fijo ya lo logro yo solita, hice posible la situación de estar de cabeza sin perder el control de la situación…




Que quizás a otros les tomaba menos tiempo y menos esfuerzo y menos sustos y ninguna ansiedad, y que no es la gran cosa y que no es para tanto, todo eso lo sé… pero lo que es a mí y a todo mi mundo, nos ha costado tanto mantener el control; dejar de lado el miedo y las temblorinas cuando estamos ahí con la cabeza en el suelo, las patas arriba y el mundo al revés, que es toda una proeza que justo en el mes en que ella-La Maestra se dio vacaciones y dejó de sostenerme haya aprendido yo solita (¡yo solita!) a permanecer ahí durante 6 respiraciones y a bajar tratando de parecer más una pluma que un sapo que se revienta la panza.

El 2007 empieza con muchas cosas vueltas de cabeza, hay desorden, no porque hayan cosas malas, si no porque la novedad nos vuelve la vida al revés y eso da un susto muy emocionante…

Además, aquí hay una que ya aprendió a acatar los códigos cuando caminando por las calles del mundo se encuentre con uno de estos





viernes, diciembre 08, 2006

Terracota, Porcelana, los excusados y el agua



Mi amiga empática y yo no hablamos ni nos vemos muy a menudo. A diferencia de Tiro Loco, cuyo avistamiento es más frecuente, E. tiene una manera muy ciudadosa de elegir sus palabras, sus correos, sus mecanismos de comunicación y de razonamiento, aunque no son comprensibles para todos, suelen dar en el clavo para quien sabe leer entre sus líneas.

Esta semana, siempre desde sus silencios, depositó cuidadosamente uno de sus correos en mi buzón. Hay gente así, discreta hasta para hacer un click. Se llama El Olor de la Pobreza, y es un artículo que escribió Mario Vargas Llosa. Si lo quieren ver completo se van de aquí por aquí.

Y si no quieren leerlo pues yo solamente vine aquí a contar todo eso que me hizo recordar… por todo esto de que al final lo leemos todo con los ojos de aquello que nos ocurre en el lugar donde estamos…. O donde estuvimos.

Mi viaje mental lo desencadenó este párrafo:

“el objeto emblemático de la civilización y el progreso no son el libro, el teléfono, Internet ni la bomba atómica, sino el excusado. Dónde vacían su vejiga y sus intestinos los seres humanos es el factor determinante para saber si están todavía en la barbarie del subdesarrollo o han comenzado a progresar. Las consecuencias que tiene en la vida de las personas este hecho simple y trascendental son vertiginosas. La tercera parte de la población del planeta --unos dos mil seiscientos millones de personas--, cuando menos, no sabe lo que es un excusado, una letrina, un pozo séptico, y hace sus necesidades, como los animales, al pie de los árboles, junto a arroyos y manantiales, o en bolsas y latas que arroja en medio de la calle. Y unos mil millones utilizan para beber, cocinar, lavar la ropa y su higiene personal, aguas contaminadas por heces humanas y animales. “


Entonces al leer eso, volví a estar ahí (omito detalles de cómo una tica va a dar a una cuidad a la que se llega luego de 16 horas de tren –o 16 horas de ver arroz- desde Shanghai).


Volví a estar ahí luego de 16 horas de sofoco porque mi roomate no apareció ni en el aeropuerto de San Francisco, ni en Shanghai, ni en el Hotel y menos en el tren…

Volví a estar ahí donde entendí QUÉ es eso que desde este cómodo lugar se llama sobrepoblación mundial. Ahí donde pasé algunos unas de las cuatro semanas más plenas del mundo mundial, con toda la arcilla que quise, fuego cada vez que se necesitó, cuanta comida china me entraba, y dos patos –Terracota y Porcelana- que por las mañanas se levantaban con mis pasos, los primeros en llegar al taller, y me acompañaban a amasar la masa. Imagino que los forasteros del mundo los engordamos tanto que se los comieron al año siguiente. (Y puesto que finalmente lo dije, Porcelain se irá del blog).


Volví a estar en ese lugar, donde cada excursión al downtown era una aventura cuando íbamos sin intérprete, y paralizábamos el tránsito desde nuestra rareza: Un negrito grande y rellenito, que no apañaba una bola, pero al que le tocaban un codo para preguntarle que si ¿en-bi-ei? (¿NBA?). Supusimos que de seguro era el primer negrito que pisaba esas tierras; y junto con él caminábamos una rubia y gringa sureña, una jamaiquina rubia de origen portugués, una canadiense de sangre ucraniana con dreadlocks de 50 cm y esta linda creaturita. Todo un mostrario de diversidad terrícola.

Volví a ese lugar donde todas las mañanas, a las habitantes del piso de abajo nos martirizaba nuestro baño de lujo porque tenía toda la tecnología del caso… menos la taza. Donde mi valiente roomate –la gringa sureña- un día le dijo un pendejo que vivía arriba y tenía un baño con inodoro a la ‘occidental’: If it sounds so natural for you feel free to use our toilet every morning... Y como era pendejo nunca la usó. Yo en cambio si me sentí muy libre como para subir al segundo piso a hacer uso del inodoro occidental que tanta falta me hacía abajo.

Volví a ese lugar donde nos llevaban a conocer los lugares donde se solía hacer la vajilla imperial y ahora solo quedaban tiestos y hornos de leña gigantes, en desuso desde hace siglos, que parecían un dragón abuelo y muy cansado con muchas ganas de contarnos sus historias; para luego visitar las fábricas donde seguro aprenden a hacerle moldes espantosos al pato Donald y al Mickey Mouse.

Volví a la noche de asombro en que uno de nuestros intérpretes, un estudiante de posgrado de 25 años, nos llevó orgulloso a conocer su nuevo dormitorio grande… y a recordar porqué la grandeza es relativa: el dormitorio grande, si era enorme, medía 20 metros cuadrados. Su antiguo dormitorio medía una cuarta parte de eso. Pero eso no era todo. En el edificio del nuevo dormitorio grande tenían dos baños con excusado occidental para todos los que vivían ahí (olvidé contar los pisos, pero eran más de 3 y menos de 8). El que estuviera muy cansado para hacer fila siempre podía lavarse los dientes en la calle con un vasito y algún chorrito extra para refrescarse la cabeza. De regreso me enseñaron la ventana de uno de los dormitorios comunes (4 camarotes y un escritorio… en un espacio donde caben tal vez 2 camarotes, un escritorio y las áreas de circulación mínimamente razonables).

Volví al restaurante (que era más una soda de pueblo que otra cosa, ya se verá porqué) con la comida mas picante de todo el viaje (no pregunten que comí, todo me sabía bien y de todo pedí más). Y una vez que nos chupamos los dedos, la de los dreadlocks y yo… quisimos orinar. Deseamos orinar toda el agua que nos sostenía en medio de aquellos calores y nuestro intérprete muy amablemente preguntó (él era chino, fabricante de nuestra visita y de fijo sabía las respuestas de antemano, pero cumplió su papel). La soda no tenía inodoro (buena suerte a todo aquel que quiera llamar a un inspector de permisos de la muni y decirle inepto por permitir el funcionamiento de un lugar de venta de alimentos sin un lavamanos e inodoro para clientes). Pero eso no era problema, porque en el pueblo, que aquí y en la China se define como una comunidad organizada que piensa en todo el colectivo, tenían un par de WC de uso colectivo (pensando en estas forasteras occidentales tan delicadas) tanto para hombres como para mujeres.

Volví a ese momento de decepción en que echamos de menos la cámara para documentar aquello. Aquello que fue tan atroz que las ganas de aliviar la vejiga desaparecieron por 4 horas ante el asombro. Aquello que me hizo ver con ojos de lujuria los recuerdos de las letrinas de hueco de los tiempos en que mi familia era familia, se creía hippie y se iba de campamento a cualquier playa de Guanacaste (cuando tal cosa era posible sin afearle el panorama a la fashion people). El adjetivo asqueroso no me alcanza. Y creo imposible encontrar entre los lugares más decrépitos de este país algo que se le acerque un poquito. Un árbolito de potrero era mucho más conveniente, pero no había ninguno cerca (otro día en la misma situación pero en otro pueblo de una vez pedimos que nos pararan en un potrero).

No es mentira que un excusado que funcione adecuadamente (y dispense la porquería con la justicia de no devolver toda la mierda al mar o al río) puede hacer que universo de un ser humano tenga sentido y dignidad.

También volví al momento idiota en que tomar esta foto me pareció un souvenir blanco y negro muy coqueto para llevar a casa.


Dos veces a la semana, ella bajaba a la quebrada que pasaba frente a nuestro comedor a lavar su ropa. Jamás vio o usó la lavadora que descompusimos los occidentales que visitaban ese lugar nuevo. Ella es una de las caras que tienen las cifras, de la tercera parte de la humanidad que no tiene un acceso digno a un tubo de agua potable (ni hablar del excusado). Para ella, todo debe haber llegado al acabose el día en que comenzaron a llegar esos forasteros con piel y cabellos de todos los colores. Y quizás es un fastidio tener que sonreírles cuando va con su pila de ropa. Perder la intimidad de lo que antes era un momento doméstico de soledad.

Culpa o no culpa, es terrible darse cuenta que todo esto, lo hayamos visto o no, nos llega a parecer tan ajeno como si fuera en otro planeta. Uno en el que no importa si uno gasta 5 litros de agua para lavarse los dientes en vez de un vasito de 200cc. Uno en el que la vida ‘civilizada’ no tiene consecuencias.

Esta noche me lavo los dientes con un vaso de agua. Y como cada vez que trato de hacerlo, voy a terminar cediendo a la fuerza de la costumbre, que inconsciente abre la llave y deja a un lado el proyecto del vasito. Si en un futuro nunca alcanzo a lograrlo es porque irremediablemente ya habito en ese otro planeta de solo dos tercios de los seres humanos y no tengo como regresar a este que tiene tres tercios.