Para subir al cielo...
El cuerpo no le sirve de mucho. La memoria tampoco. Pero a él no le importa. Esa realidad, la de ser un cuerpo, ha de ser la única que conoce (yo tampoco conozco otra, pero creo sentir que no solo de eso se trata esto). A falta de otras explicaciones que no involucren a ese dios que no me convence, asumo que aferrarse a ese cuerpito que cada vez es más huesos y menos carne debe ser una de las grandes preocupaciones de una vida que nunca supo muy bien en que ocupar (ocupar, ocupar, lo que se dice el verbo ocupar y sacar el mejor provecho). Que debió haber tenido otras, que si las que tuvo fueron pocas, y que no fueron las que debían ser; da igual, si ahora más que nunca han de ser las que son.
No sabe muy bien cómo, pero se siente indigno, protagonista de alguna insólita confusión que le tiene amarrado a una cama de hospital. Juego a imaginarme la palabra que usaría... como un orate. En su terco apego olvida que su vida pende -entre otras cosas- de un tubito que debería rehidratarle (es que también ya olvidó que era la hidratación y para que servía tenerla en el cuerpo). Piensa que es obvio que para ir al baño hay que quitarse el tubo... aunque sangre...aunque de camino el cuerpo diga que no se puede y se haga un atolladero de fluidos... En términos médicos, que aqué también son términos despiadados, eso explica cómo terminó amarrado a la cama. Al cabo de un rato pone cara de que ya está mejor (como buen sinvergüenza sabe poner la cara indicada para manipular muchas cosas), del que está listo para irse a su casa. Falta que le avisen que es posible que su casa ya no puede ser esa que él a veces reconoce sin perderse. Que algunas cosas ya no las puede volver a hacer solo... salvo que quiera irse allá donde ignoramos que ocurre.
Hace un mes peleaba por la escalera que el jardinero que detesta se llevó de su jardín. Cuando lo cuenta dice que 'por dicha ese tipo ya no está'. Su hija sandwich, que salió tan insolente y respondona como él, contesta que si será para subir al cielo (cómo en la canción) que a sus 95 años necesita tan urgentemente una escalera que ella tiene en su casa porque la están pintando. Y nadie sabe cual de los dos lleva la rabieta más grande... Él, que todavÌa no se quiere ir y ocupa todas sus cosas en su casa, aunque cada día le cueste más; o ella que ya no sabe cuántas tacañerías más le va a tocar aguantarle.
Y yo me pregunto a mí misma (porque si se lo pregunto jamás me entendería) porqué razón, y qué razón tan poderosa, habría de aferrarme como garrapata a una vida en un cuerpo que apenas sirve para respirar funcionalmente y que más bien se vuelve una puertota cerrada para los placeres y las cosas que le dieron sentido a cada inhalación.
Ella-La Maestra habla antes de empezar de cuanto amarra y daña el-deseo.
Mientras tanto, Ella, la que escribe, se amarra con doble nudo al deseo de que algún ser luminoso (que no será ese dios que no convence) le ayude a él a descubrir el camino que nosotros ni vemos, ni conocemos...
3 comentarios:
Me pregunto lo mismo a veces cuando la miro a ella pero creo que no tengo derecho de dudar de sus razones para quedarse... aunque dude. Mejor disfrutalo, que después les extrañamos hasta los berrinches.
Se va con las botas puestas. No le va a dar el gusto a nadie de verlo rendirse. Tal vez es eso.
Tal vez aún le falta algo que los demás no saben, tal vez hasta él mismo no lo sabe... pero como dice Sirena, siente que tiene razones para quedarse.
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