(des) Encuentro entre simios de sabana
Un simio de sabana vivía allá en las planicies africanas. Cazaba y recolectaba lo que hubiera para sobrevivir allá, en aquellos tiempos de temperaturas extremas, carestía y subdesarrollo tecnológico.
De vez en cuando, el pobre simio tenía que pegar carrera, bajo el inclemente sol del continente negro, por una de estas tres razones:
1. Huir del enemigo: para evitar ser bocadillo de mediodía de otra especie
2. Perseguir a su bocadillo de mediodía. Esto generalmente en compañía de algún otro simio con el cual había diseñado alguna estrategia maquiavélica -léanse armas arrojadizas + buena puntería- para no quedarse sin alimento esa calurosa tarde.
3. Huir del enemigo: alguna tropa superior en número de exaltados vecinos simios de sabana.
Un día libidinoso, el simio topóse con una simia guapetona,tuvieron un encuentro carnal. Y tuvieron desencencia.
Con el correr de los tiempos alguno de los hijos de sus hijos abandonó la sabana y se aventuró por los mares y los caminos del mundo y llegó a las anchas estepas del Asia. Y así las cosas algunos de sus descendientes fueron vistos cruzando el estrecho de Bering allá en el norte, para luego enrumbarse hacia el sur buscando aquel calor que ya se alejjaba de su piel por centurias.
Otros simios de la misma tropa, con el mismo afán de conocer el Universo (allá cuando el universo era chico pero igual de infinito) llegaron hasta las tierras ibéricas y un par de milenios después se aventuraron a cruzar el ancho océano para llegar al "nuevo mundo", que era tan viejo como todos ellos, pero acordemos que la especie es propensa biológicamente a las comparaciones (que son tan odiosas según nos enseñan) y a la necedad de pensar que a cada paso va inventando el agua tibia.
Aún con la llegada del progreso tecnológico los simios y las simias de esta historia nunca dejaron de correr. Ansiosos, cada día del presente siglo vemos como corren; unos para llegar temprano, para tomar el bus, para bajar de peso, para llevar una buena noticia, una mala noticia, para huir del enemigo simio, para encontrarse pronto con su simiecita pechocha, para llegar al consultorio, para hacer las compras, para llegar pronto a descansar. Los menos, corren para mantener la salud mental (haría falta otra nota para justificar porque la corredera es buena para el cerebro; pero hagamos de cuenta que habrá por ahí una razón que lo explique). Por puro instinto de primates tocaría reconocer que lo que pasa, es que nos gustó aquello de pegar carrera y es inevitable en la especie.
Entonces, el relato este se acaba más o menos por aquí:
Una simia descendiente de aquellos, corre bajo el provenzal y bochornoso calor de mediodía, amparada en la tecnología moderna que le permite llegar (más o menos puntual) en una aparatosa y rodante máquina de metal a su cita con la dentista. La pobre simia, angustiada toda ella, duerme como una piedra y como piedra le quedan todos los músculos... entre otras cosas se le ha recetado que se calme, que no sea tan necia, que suelte el látigo, que deje tiradas algunas cosas (total a quién le importa y quien pide las cuentas es ella misma) y que se haga un protector dental para el bruxismo para que deje de dormir con la geta tan apretada y tal vez así amanezca menos tensa.
Un simio, descendiente de los otros (aunque quizas compartan algunos primos y conocidos) sale a correr bajo el calor de mediodía. El se siente muy waw, ya que hace ejercicio y el ejercicio es salud (ya se verá si también mental en este caso), y así aprovecha la oportunidad de enseñarle a las calles de La Provence su cuidada musculatura. El simio se siente dueño del mundo (como mínimo dueño de todas las calles por las que transita), nada lo atrasa a quien todo lo puede. El simio corre y corre, baja más y más rápido por las calles del sur porque le motiva llegar a su meta. El simio olvida que es un peatón. Y que los peatones se detienen en cada esquina. Que si dado el caso un peatón es al mismo tiempo corredor, también se detendrá en cada esquina y trotará sobre el mismo lugar mientras espera su momentos.
La simia conduce preocupada de llegar 10 minutos tarde y perder la consulta que la liberará de una parte de su estrés. Hace un alto. Mira a la derecha. Mira a la izquiera. Mira hacia el frente. No vio ningún cuerpo físico en movimiento por ninguna parte... pero ocurre que mientras ella miraba a la izquierda el simio corredor venía a toda velocidad y como sabemos no se detuvo en la esquina.
Los simios se (des) encuentran.
El simio corredor frena en seco y apoya sus dos manos en la tapa de la máquina rodante de la simia. Acto seguido el simio se enfurece y maldice a la simia conductora que casi lo atropella (algunos otros simios entendidos en este relato han opinado que habría sido mejor arrollarlo). Conforme se disparan en su cerebro de primate los neurotransmisores que des-atan el des-control de sus emociones el simio, olvida que es un simio y que como simio debe aprender a controlarse porque así lo dicen las normas sociales aquí y en la China; maldice y vocifera cada vez más, empieza a usar sus puños para golpear la tapa de la máquina rodante que conduce la bestia fuchi que no lo vio y por poco lo mata. Ya no es un simio de sabana. Tampoco es un orangután molesto, pero todo lo que hace le acerca bastante a ese otro primate.
La simia pela los ojos. La simia recuerda que es humana sapiens sapiens y que puede hacer uso del lenguaje para transmitir y modelar sus emociones y constructos de la realidad. La simia interpela al simio:
-¿Pero qué le pasa? (Orangután de monte) ¿Porqué me golpea el carro de esa forma? ¡Lo está arrugando todo!!! ¿No ve???
El simio de sabana, corredor cobarde responde (sin dejar de dar golpes):
-Porque ud. es una estúpida que no se fija.
El humano se da cuenta de lo que hizo. Y sale corriendo hacia el sur como sus ancestros los simios de sabana (y todos los monos con miedo) cuando se sabían atacantes de uno más débil en fuerza física.
La simia habladora deja de ser humana y solo alcanza a gritarle por la ventana (abierta de par en par) que la estúpida es su abuela. Por haber sido una primate de sabana tan básica como para permitirse dejar descendencia. Y a su vez permitir que su desdencencia tuviera desecendencia; clonando por los siglos de los siglos amén lo peor de lo peor que tiene la especie.
El arreglo de la máquina rodante de la simia costará quizás unos $100. El arreglo de la fe de la simia en su propia especie es inarreglable. El arreglo del dolor de nudillos en las manos del simio de sabana provenzal...hmmmm.... esperamos que no se arregle nunca y que duela para siempre, ahí, o en otra parte aún más vulnerable de toda su animalidad.