Conocí una vez un-artista que decía que por cada talento que tenemos, nos dan un látigo que usamos para castigarnos por tener un talento inusual...
En los pasillos por donde solía caminar hay una exposición de botellas. Están las que están y eso es así... aunque para mí sea más complicado que decir hay un par de botellas que me gustan y otras que sacaría de ahí. Y es entonces cuando saco el látigo para darme un par de veces: No debería decir nada, NO TENGO DERECHO a decir nada... mi botella no está ahí. Hay un proyecto hermoso en mi cabeza; allá en el mundo de las buenas ideas queriendo concretarse en algo fabuloso... pero ahí donde respiramos no hay nada porque no lo he hecho, nunca saqué, nunca encontré, nunca hice el tiempo para hacerlo y de hacerlo se va a concretar al paso de la tortuga (que ya está hecha, vos sabés, pero está sin cocinar...)
El látigo también sale cada vez que los veo y no entiendo como se tejen y se sostienen los hilos de su red y pienso en aquello que yo podría estar produciendo, pero que tiene que esperar porque la capacidad de hacerlo todo a la vez no la tengo (dicho de otro modo se me va el tiempo en actividades que no son ésa). Sale cada vez que alguien pregunta ¿cuando vas a exponer sola?, ¿estás produciendo por tu cuenta? La sensación es incluso peor que aquellos tiempos en que todos saludaban preguntando por la tesis y el mural del hospi (Cianuro querido te anuncio que vendrán días con muuuucha más glicerina que los días de tesista).
Sale con frecuencia ahora que por mi voluntad estoy en una incubadora, dentro de la que voy a durar no los dos años que dicen los doctores que nos cuidan (no avisan nunca que son dos años en condiciones idílicas que la mayoría no tenemos) sino tres (espero). Yo no dudo que estar en la incubadora me haga bien, que hasta ahora me encanta (si ya sé tengo solo 10 días y 3 sesiones de calorcito), que me hace olvidar por completo ciertas torturas provenzales y hasta reírme de ellas, y que me da la sensación vertiginosa de quierosaberlotodoya. Estoy aquí porque ya era hora; el cerebro pedía comida y luz a cambio de no atrofiarse.
De manera colateral (o exaptativa diría el doctor M.), la incubadora, que es inicialmente para el estímulo del cerebro, me permite ver a mi amigo dos veces a la semana antes del fin de semana, mensajearnos contándonos que ya estamos sentados cada uno en su clase, ansiosos de recibir la sesión de calor, que estamos llenos de emociones buenas y miedos infundados por todo lo que habrá que calentarse la cabeza, de ascensos que no traen más dinero, pero que al menos, son ascensos intelectuales y eso nos da para alegrarnos por el otro y celebrar con primeros conciertos, y primeras visitas a lugares que son nuevos otra vez.
El doctor M, que es definitivamente el que más habla (puede hablar 4 horas seguidas sin descansar ni tomar agua), no se cansa de recordarnos que somos primates, unos monitos sofisticados pues, millones de años después, pero monitos al fin y al cabo y como animales en amplio desbalance con la propia naturaleza nos conducimos. Yo le voy siguiendo con mucho entusiasmo, escucho verdades pavorosas que me emocionan hasta las lágrimas mientras me da mucho nervio estar ahí, porque todos los demás vienen de pre-incubadoras donde habían palabras y palabras, y en mi antigua incubadora como lo saben, no había tantas palabras, pero había muchas imágenes y muchas técnicas para aprender a construirlas y validarlas (ya ven... de nuevo sale el látigo). Y como siempre desde que recuerdo, anoto TODO en mis 4 papeles, lleno 8 hojas y al final de la sesión me sonrojo (otra vez un latigazo) porque los otros huevitos solo se gastaron 1.5 papeles en 4 horas.
En conclusión, que la incubadora no molesta ni es mala sino todo lo contrario. Lo molesto es saber que estar en ella -por ahora- tiene un costo y ese costo implica invertir en otras cosas como tener un vínculo con la Gordis y su sofoca. Insisto... por ahora... La Gordis loignoratodo: ayer por la tarde un teléfono abrió una ventanita de 10 segunos, y me llenó de ilusión poder salirme con la tierra mía por ese paisaje. Ya hay una fecha puesta y es en mi mes. Y digo yo (soltando el látigo) que si logro escapar por esa ventana la temperatura de la incubadora tiene grandes posibilidades de ser fabulosa y el huevo grandes posibilidades de sentirse bien con cosas que ahora le estorban.
Los planes del fin de semana consisten en asignarle al huevo las horas de calor y de palabras, en medio de otras cosas que siempre hay que hacer esos días.
Aunque se cerrara mi ventanita, tengo que acordarme de lo que dijo mi tesismate llena de buen juicio cuando supo de mi re-incubamiento: "No es oscuridad, no es estorbo, no lo veás como un tiempo en que no se puede hacer algo con lo tuyo. Es lo que en un artista se llama un retardo, que le permite retirarse un tiempo a pensar, a llenarse de ideas y de fuerza para luego regresar a construir".