Regreso
Falta un cuarto para las cuatro de la tarde. Al día siguiente es feriado, día de la madre y yo solo pienso en cuantas ganas de irme acumulo en la tripa. Entre más regreso a San José de visita más me convenzo de cuánto extraño a las personas, a mi gente de gustos diversos, a sus otros mundos posibles siempre en construcción. Extraño las oportunidades de visitar esos mundos, de respirar los aires de lo distinto.
Me despide la ciudad con una de esas escenas macabras que cada día se vuelven más y más y más tristes y cotidianas. El tránsito se pone cada vez más pesado y lento, quedo de primera en el semáforo de La Uruca frente a la FACO. Un tipo se acerca a pedir, yo practico mi cara de la burguesa que lo ignora (¿qué más da o quita ahí al frente otra fulana que le vuelve la cara?), las ventanas están cerradas y él acerca su cara cuanto puede, se queda en silencio, pide, pide, pide. Mi mamá dice que me haga para adelante. La calle está a reventar y en el sentido contrario pasan tantos carros que la opción de brincarse el alto no existe, la que existe es la de tirarse para provocar un accidente. Aún así en un impulso de hija obediente adelanto un poco, el carro se mueve y esta persona mueve su cara sin dejar de tener mi ventana a su lado:
- ¿Qué? ¿Mi amor se lo va a saltar? ¡Vea que son cinco mil si se lo salta! A ver, dele dele, sálteselo si quiere.
Solo pienso en la eternidad que falta para que el semáforo cambie. Que el tipo es de los que estando un poco más consciente de su motriz, de fijo es de los que rompen ventanas... que a lo mejor no está tan mal como yo lo pienso y que en el asiento de atrás, tiene servidas y muy alcanzables dos carteras y si quisiera, para rematar, una computadora abierta que lleva mi mamá en los regazos.
El semáforo cambia, yo acelero y atrás de mí lo hacen otro poco. Ya habrá un siguiente que quede de primero en la fila.
De camino la pregunta regresa como un boomerang: ¿porqué era que los sapiens sapiens inventamos y nos encantamos con-vivir en la ciudad???? Ah sí... por las oportinidades, por las posibilidades, por la diversidad, porque hay más oferta de cosas que hacer... Me regreso a la escena del semáforo... regresa la pregunta... Y la respuesta es que no, definitivamente con esos argumentos no tengo suficiente para cerrar el círculo.
Salimos de la ciudad por unas razones que al menos a mí, no me van a servir cuando tenga que regresar, ¿cómo vamos a dibujar el recorrido a la inversa?
Y no es que la vida en el mundo rural carezca de escenas macabras, también aquí hay fronteras de fronteras. Pero todavía no es tan común la escena de la solidaridad yéndose por las alcantarillas.
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