Jueves por la noche. Suena mi celular nuevo. Yupi. Alguien me llama. Hora en la que llaman los confianzudos, los inoportunos y los casos de emergencia. No es una sorpresa que la que habla del otro lado, vocera de la nota luctuosa pertenezca a los dos primeros grupos. En fin, que es amiga, de las que han estado en las malas, y por mucho berrinche que yo le haya hecho no la puedo obligar a que de una vez por todas crezca y conecte su lengua con el pensamiento lúcido. A veces es algo así como un Tiro Loco inocente y de buenas intenciones, dispara para todo lado sin que le quite el sueño si el tiro era necesario, si alguien lo pidió y sobretodo, despreocupada por el buen o mal tino de su puntería.
-Diayyyy! ¿cómo le va?
-Pues aquí, bien. Ya empecé las piezas... vamo'aver...-exhalamos una bocanada de Humo
-Mmmmm... yo ya no sé si participar. La pieza que empecé es muy grande y se me desbarató y ya no me da tiempo de hacerla de nuevo.
Pensamiento: esta capacidad que tiene para generlizar el fracaso.
-¡Ay no sea tan bruta! Tiene hasta el 24 de febrero. Póngale. Le da tiempo.
-Es que con este clima no se va a secar nunca.
Dale con la generalización y la búsqueda de escusas para el fracaso.
-¡Que neeeeciaa! El frío va a durar 3 días más y ya. Trabaje y haga hasta donde pueda. Lo peor que puede hacer es no hacer nada cuando tiene hasta el 24 de febrero.
-Bueno.... Pero la llamaba para contarle, una notita de sociedad. Hoy en la mañana se murió don Juan Bernal Ponce.
Típico en ella que ya está enterada de todo el procedimiento póstumo, procede a contarme dónde, cuándo y cómo llegará el difunto cadáver a su reposo final. Que lo van a velar en el Magisterio y luego lo pasan por la U... en la escuela... WTF... No es que sea yo muy adicta a las honras fúnebres. Y menos en este caso que casi que quería oírme decir: alistémonos y vamos como si se tratara de ir al cine. Las honras son para hacérselas a los vivos. Hago una mueca que de manera telepática viaja por el teléfono.
-Yo solo cumplo con mi deber de informarle (=de chismearle) los hechos y el deceso de su estimado profesor.
-Gracias mi estimada, pero ud sabe que a mí no me gusta toda esa farándula.
Y pienso en el muerto. En efecto, aprendí cosas importantes con él... de todos los maestros y profesores que he tenido, está en la lista, que es chiquita, de los que cuentan porque me enseñaron algo que en ninguna otra parte habría podido aprender.
Cuando uno tiene dieciocho años, la jupa metida en el fondillo, y la certeza de tener todo bajo control, hace cosas estúpidas, como usar el super promedio que tiene para entrar a la U a una carrera que en realidad no es la que le gusta, por hacerle caso a las razones de los demás y no al corazón de uno. Ahí estaba yours trully con sus humos de grandeza. Me creía tan grande que matriculé el bloque completo y a la primera semana me puse seria, realista y ojerosa con los primeros baldes de agua fría. Como una carrera no necesariamente hay que sacarla en carrera, retiré una materia. La de
Ponce. Un profesor exhiliado de la dictadura chilena, arquitecto y artista (
yo diría que en orden invertido). Salí espantada y super neurotizada de la primera clase: me pareció que iba a requrir un esfuerzo sobrehumano cortar un cartón de presentación y hacer como él quería (
tiempos aquellos, cuando Policromía no los vendía guillotinados a la medida con absoluta precisión). Para empezar, no entendíamos bien que carajos quería el chileno extraño ese... Sonaba tenebroso e imposible eso de cortar el cartón blanco, sin mancharlo, sin cortes de serrucho, a pura regla y escuadra y con la medida milimétricamente perfecta: "Se tienen que poner guantes, ser cuidadosos como un cirujano ¡Sean prolijos!".
Yo, en mi joven ignorancia (
no es que ahora sea muy sabia, ahora poseeo una joven adulta ignorancia) pensaba: ¿Booohhh? ¿qué es esa vara de prolijo? Bien bruta que era, creyendo que las otras 80 almas de cuerpo presente estaban más ubicadas respecto al término prolijidad. Los chismes -como todo chisme en la carrera, ni uno solo esperanzador- decían que Fundamentos, igual que Taller, era una gran sonada. Su método de evaluación era para tener la peluca parada (
igual que su pelo que más de una vez exibía gloriosas, a las 10 de la mañana las greñas todavía aplastadas por los brazos de Morfeo). Los preceptos de la pedagogía moderna nunca se asomaron a su clase. La clase iniciaba poniendo las tareas sobre las mesas. Con diligencia se iban clasificando, primero por los dos asistentes arrogantes de turno, y en definitiva con la rectificación de Ponce, que movía unos para allá, otros para acá. Izquierda y derecha de Dios Padre (
aquí, ¡la izquierda es la afortunada! Cualquier parecido con la historia chilena es mera coincidencia). Bastaba estar en una de estas evalauciones para saber como iban a ser todas las demás: En la mesa de la izquierda los dos 10 y algunos suertudos 9, siguiente mesa de los 8's. El resto, persínense.
Al año siguiente, ya más confiada de mis destrezas, me tocaba sí o sí matricular la materia para no atrasarme 'demasiado' (
término absurdo considerando lo que duran algunos en terminar esta carrera). Ahí fue donde nos hicimos amigas Pastelito y yo. Dos ejemplares de timidez galopante. Ambas, una más roja que la otra, salvada yo por la piel de mis ancestros, encaramadas en una mesilla del fondo del taller, queríamos ser tragadas por la tierra cuando Ponce levantaba los trabajos de la mesa de la izquierda -de paso fulminaba de un contundente aletazo a cualquier incauto mal ubicado- inquiriendo por los autores. Una levantaba la mano primero que la otra. Sin querer queriendo terminamos el año como las sapas de la clase. Él hacía su disertación en favor de los rigores de un trabajo prolijo, contrastando siempre con algun trabajo de la mesa de la derecha y dándole la oportunidad -paz y salvo- a alguno tomado del centro.
Era increíble ver al susodicho, de pinta destartalada y sobaco poderoso, darse el taco de predicar en favor de los principios de orden y diseño que rigen en el Universo conocido. De vez en cuando, sin esperar a que estuviera todo clasificado tomaba cualquier escuadra y la calzaba en la esquina de algún cartón. Abrumado tras las columnas, se identificaba el autor de la muy cuestionada esquina y él decía en voz alta:
-¿Lo marcaste con los dientes y lo cortaste con las uñas de los pies? Ninguno sabía si soltar la carcajada o decir:
- Viejo feo, tras de cochino y desarreglado, grosero.
Hacía lo mismo con los cubitos de madera de balsa. Regla en mano, medía 3 aristas cualquiera:
-Hmmmm... 29.5
-UUUUUUUHHH- decía el colectivo.
-30.1
-SSSSSSSSSSSSSS......
-29.3
Mueca colectiva. El cubo le hacía honor al descuadre y a la impresición milimétrica.
-Usté se acuerda, ¿que yo pedí un cubo de 30x30x30?... en todas las aristas...
Silencio mortal.
-Pareciera que no me entendió.
-Mae 5 cm de descuadre en una construcción salen muy caros- añadía el asistente como si tuviera un pedo atravesado saliendole por la garganta.
Su clase me vino a confirmar que yo no quería hacer planos para que alguien más construyera. Desde entonces lo que me gustaba era hacer yo, con mis manos, mis propios objetos y tomado literalmente, mi propio destino. Ponce daba también una materia optativa de grabado. Y otra de Historia de las Ciudades. Humo hubiera sido feliz ahí, pero bueno, cambió la ruta.
La sorpresa aumentaba con el tiempo, conforme iba conociendo los detalles del personaje. Así como era, tenía por compañera una rubia muy guapa (a la que no le molestaba el olor)...
Se apareció hace un par de años después donde yo trabajaba mientras juntaba fondos para el famoso mural del Hospital de Niños, la tienda de muebles 'fashion' de diseño 'italiano' made in Chaina, a precio de richachón de Escazú. No olía menos que otras veces. Humo dijo:
-POOOOOOORFAAA (
brujas comemocos). Yo sé que no es mi turno, pero déjenme atenderlo.
-Hola ¿cómo está? ¿le puedo ayudar?
-Bien ¿y ud? - mientras tanto examinaba cuidadosamente todo
-¿Se acuerda de mí? Ud. fue profesor mío, hace unos años.
-Sí claro. Compañera de Pastelito. Buenos trabajos... Pero no la volví a ver, ¿ud. terminó?
-No señor, me pasé a Bellas Artes, en realidad eso quería estudiar. Pastelito también, un año después que yo.
-Sí... creo que ella me había contado que quería cambiarse... Hicieron bien.
Se entusiasmó a más no poder con una Anna Wooden Chair color vino (
puta memoria mía para retener información inútil como los códigos compuestos de las sillitas estas). Se la llevó feliz, metida en su Clio, color vino. Se nos alargó la charla cuando pagó, porque la cajera, argentina, le preguntó cómo había llegado hasta acá...
Lavada la cortina del miedo y del susto, hoy le tengo cariño a sus palabras, y entiendo que tanta insistencia en demandar un trabajo bien hecho y preciso, no era más que la invocación de un espíritu prolijo, hasta dulce, exhiliado de Valparaíso, a que sacáramos lo mejor de los nuestros en esos cartones y en esos cubitos de palitos de balsa. No era chochera, ni necedad. ESO que el estaba enseñando, no podía enseñarlo con una computadora, era una demostración física de un valor. Tal vez a los arquitectos graduados les queda solo el recuerdo de una materia satelital con un viejo majadero. Pero para mí, eso que su clase me dejó, me dio ventaja más adelante, porque ya había asimilado algo que nadie en Bellas Artes mencionó jamás con tanto énfasis: el buen sabor y las sutilezas de un trabajo esmerado, pase lo que pase.
Que el señor no nos oliera a Calvin Klein, es solo un detalle.
Léase con acento chileno:
"... La vida continúa,
como toda vida,
pero bajo la sordina constante
de haber perdido parte
de la identidad y todo el pasado."
Juan Bernal Ponce 1938-2006